8 de julio de 2013

Incursión



- Cinco minutos – dice el Hada.

Mi mano derecha suda sobre la palanca de avance, mi estómago se tensa por la angustia, mis ojos no dejan de moverse ante el paisaje y los datos superpuestos en el cristal de la cabina. 
Delante, una tormenta de energías multicolores, con destellos, explosiones y hexágonos superpuestos en tonos de arco iris. Mi mente no acepta que una batalla en el Espacio no tenga sonidos, y los crea en mi cabeza: con ellos se nutre mi miedo.
En la esquina superior derecha de mis anteojos, Poly:

ESTAS IAs SON UNAS MUERTAS
LA PUERTA NO SE ABRE
AHORA ME TOCA A MÍ

Los datos pasan en vorágine por el cristal: enjambres de máquinas de guerra, dirigidas por Inteligencias Artificiales de grado militar, se alejan de la Puerta tras machacarla para abrirla sin éxito. Mientras, mi Barquichuelo gira y apunta su cañón antimateria de proa.

TOMÁ ESTO HIJA DE PUTA

Un flash de luz, un loto cósmico florece ante mis ojos: lloraría por tanta belleza, si no supiera lo que es.
La mano del Hada empuja la mía sobre la palanca y avanzamos hacia ese hermoso infierno. Rápido, MUY rápido. No tengo tiempo de decir nada: entorno los ojos para pilotar dentro de enceguecedora plasma de alta energía…
…y llegamos a una oscuridad total. 
Enciendo todos los focos y nuestro módulo brilla como un sol, lanzando bengalas multicolores todo alrededor. Seguimos yendo demasiado rápido: rozamos crestas y bordes afilados. No nos hacernos pedazos de milagro. 
La voz tranquila del Hada señala una luz al frente:

- Hacia el Fondo.

Apunto hacia la luz y clavo frenos. Los retrocohetes braman y el módulo cruje,  veo triple y me duelen los dientes. La luz se acerca y el terreno en torno a ella también, más y más y más y CRANCH!

LINDO IMPACTO
TIENEN CUARENTA MINUTOS
DALE NABO, MOVÉ BIEN LOS PIES

Un doble chasquido: el Hada destrabando su fusil. Choca verla tan chiquitina, con un arma tan grande como ella, usando dos dedos de su mano para oprimir el gatillo. Más chocante todavía: que te mire con esos ojos amarillos de lobo.
Con eso vuelvo a la realidad.

- Fuera  - dice ella.

Salgo de la cabina ajustándome el casco. Aparte del Hada y de mí, decenas de drones levantan vuelo, panteras robóticas estiran sus patas y saltan para alejarse del módulo. El aire es respirable y huele a frío, a sudor y a miedo. Levanto la vista: estamos en el fondo de un pozo inmenso e irregular, con la explosión que nos dejó pasar en el cenit. Las paredes brillan húmedas en tonos rojos y negros. 
El Hada me da un manotazo en el culo, pasa a mi lado señalando el fusil que todavía no tomé y salta. Hay baja gravedad; aun así, sorprende que se eleve tanto. Y luego extiende sus alas: inmensas filigranas con dibujos azules, rojos y dorados, vitraux vivientes. 
Es para quedarse con la boca abierta, mas ya me han retado demasiado. Tomo y destrabo mi fusil, luego brinco: una curva de diez metros, tocando el suelo con mis botas con servos, verdaderas botas de siete leguas. 
Mis suelas pisan una infinita alfombra de fino coral cristalino negro, millones y millones de ramitas microscópicas partiéndose con cada impacto de mis pies, crujiendo como hojas secas: BASH, BASH, BASH. 
Cuesta creer que estoy cruzando a grandes trancos una memoria viviente, todos esos infinitos coralitos almacenando datos desde (tal vez ¿por qué no?) el comienzo mismo del Universo, sin importar mis destrozos pues se reconstruyen solos. Lástima que no sabemos qué datos guardan y cómo se pueden leer, por no decir qué o quién los creó (o cómo se pudieron desarrollar) y con qué fin. Por eso estamos aquí. Por eso soy el primer humano pagando derecho de piso en este lugar, fusil en mano, tras la Alianza con las Hadas que Cristina firmó. Y no sigo más: ya lo retuiteé hasta el cansancio mientras venía para acá.
Tiros. Alzo la vista y ante mis ojos, explosiones y trazas brillantes entre datos que apenas leo. El Hada dispara contra los Guardianes, los Glóbulos Blancos de esta memoria viva.
Frente a mí, brota una sombra de la nada. Abro fuego, sin dejar de correr: las balas cohete trazadoras chocan contra hexágonos del luz multicolor, expresión de los campos que protegen al Guardián. No me interesa reventarlo, lo que no quiero es que me detenga, mientras escolto a mi compañera voladora hacia la luz que eligió como objetivo.
Dejo atrás a ese primer Guardián, y aparece otro y otro y otro. Mas no estoy solo: así como el Hada tiene su escolta de drones, las bestias robóticas dirigidas por IAs grado militar me rodean en círculo de interdicción. Más rápidas que yo, se adelantan, se cruzan, me cubren y atacan sin que les diga nada. Si no lanzan diminutos misiles desde sus lomos, vomitan balas de sus bocas o directamente atropellan con zarpas de doble filo y el impacto de sus masas de cientos de kilos.
Eso tranquiliza bastante.
Tranquiliza hasta que los Guardianes se ponen duros, y ves que sacuden a tus escoltas haciéndolas retroceder en el aire, algunas desarmándose como muñecos rotos.
Ay, ay, AY.

TREINTA MINUTOS
SI NO CONSIGUEN ALGO
HUYAN BOBOS

Me detengo con tanta violencia que mis botas levantan una nube de cristalitos negros. Cien metros delante de mí, una pared de Guardianes. Sus campos reflejan las luces de las explosiones de arriba. No disparan, mas lo sospecho: arremeterán. Tras ellos, un fino pilar, como un tallo, elevándose con la luz que busca el Hada en su extremo más alto.
Apunto con mi fusil, su radar y el de mi casco triangulando el blanco. Grito a mis bestias que lancen todos sus misiles al mismo punto, y disparo. Lo consigo: el pilar se parte, la luz se cae en cámara lenta, con tanta buena suerte que lo hace en dirección a mi compañera alada.
El Hada avanza, y la luz se apaga.
La pared de Guardianes también avanza. Un frío me recorre el cuerpo.
Miro hacia arriba: el Hada gira en el aire como un trapo al viento.
No pienso: corro hacia ella. Y con el impulso de la corrida, salto. En el aire me doy cuenta que dejé el fusil tirado por ahí, mas en ese momento consigo agarrar al Hada y rezo porque pueda caer parado sin quebrarme las piernas. 
El primer impacto me permite saltar de rebote. En el segundo caemos de costado y rodamos. Maldigo: si al Hada no la mataron los Guardianes, con semejante rescate la mato yo. 
Pero respira.
Y tiene su panza ensangrentada. También las Hadas tienen sangre roja. Grito:

- ¡POLY!

MIERDA   MIERDA   MIERDA
MIERDA   MIERDA   MIERDA
MIERDA   MIERDA   MIERDA
MIERDA   MIERDA   MIERDA

Una pantera robótica aparece de repente a mi lado, su mensaje titilando en amarillo sobre negro en mis anteojos:

UP!

Y regreso al módulo cabalgando una bestia robótica de guerra, saltando en inmensos arcos y sosteniendo a un Hada con los brazos, perseguido por masas de Guardianes. Mi cabalgadura se concentra en esquivarlos. Los drones y demás bestias, a mi alrededor, les disparan o directamente se les tiran encima. Cuando ya no tienen munición, detonan: se sacrifican para que los podamos dejar atrás. 
Es un escenario de película, de videojuego inmersivo. Millones pagarían fortunas por vivir lo que vivo ahora, un orgasmo de romanticismo.
Mas estoy atiborrado de adrenalina, con la garganta tensa y amarga. No estoy gozando nada. Me duele el cuerpo al sostener al Hada, para que no se me caiga. Sudo como un burro de los nervios. Jadeo temblando de miedo.
Temo cagarme encima.
En los dos últimos saltos trepamos la inmensa masa de cohetes y amortiguadores del módulo. No se cómo consigo poner al Hada en su asiento.  Me tiro en el mío, mirando con horror que los Guardianes trepan por los amortiguadores, metros más abajo. Suenan todas las alarmas.

TRES MINUTOS
LA PUERTA SE CIERRA CARAJO

Manoteo todas las palancas de avance. La cabina salta hacia arriba sin ningún cuidado, con total desesperación. Huye a toda potencia dejando al módulo y todo lo demás atrás. 
La violenta aceleración me hace ver todo borroso, luego todo negro.



Horas después, estoy sentado junto a la cama del Hada. 
Apenas Poly nos recuperó, un ejército de robots le dió auxilio médico, la bañó y la acostó con atención personalizada de Spa al 500%. 
Mi Barquichuelo, vía StarNet, se puso en contacto con el Mundo de las Hadas, y Poly intercambió datos médicos a tal grado que se volvió referente sobre el tema. Por supuesto, con eso ya estaba negociando para que le multiplicaran el sueldo. 
En mi caso, desperté en mi litera… tal como había llegado. Apenas mi examen dio OK, toda la atención fue hacia el Hada. Aunque lo más probable fuese que Poly, celosa, me la quisiera hacer pagar. Lo pienso pues al abrir los ojos, lo que primero vi fue:

SIEMPRE CON MAS CULO QUE CABEZA
Y TU AMIGUITA ES PEOR QUE VOS

El Hada parece una muñequita con los ojos cerrados, tapada del cuello para abajo por una Manta Médica con nanosensores y nanoaplicadores de medicación para las heridas. 
Su imagen de paz me da ganas de dormir, mas no cierro los ojos: sigo pensando en lo que habíamos vivido. 
La incursión no está caratulada como fracaso. La MiliTwitter y el Twitter de las Máquinas arden: infinitos tuits redefiniendo paradigmas y escenarios, o creando nuevos en segundos. 
Solo con esta incursión, se replantea todo el concepto de combate en el Espacio. 
Solo con esta incursión, miles de teorías sobre la colaboración entre Máquinas y Seres Vivientes se crean, corrigen o desechan en ese instante, en Tierra y el Mundo de las Hadas. 
Hasta mi pantalón tuitea cómo está mi trasero, tras la cabalgata sobre la bestia robótica de guerra.
Habíamos ganado muchísima experiencia, recopilado una astronómica cantidad de datos. Sin embargo, sobre el lugar que habíamos visitado no sabíamos más que cuando ingresamos. Habíamos tenido una oportunidad de alcanzar algo nuevo: tomar aquella luz, antes de que al Hada la derribaran. 
Me deprimo pensando cuántas cosas podía haber hecho mejor, hasta impidiendo que el Hada terminase herida. Mas qué podía pretender yo, si de tan tosco y quedado ni siquiera me había molestado en averiguar su nombre.

Arinami.

El Hada me mira. Ahora sus ojos tienen color oro.
Recuerdo los rumores sobre las Hadas: que son brujas, que leen las mentes. Suspiro, entendiendo. Y busco no ponerme colorado. 
El Hada Arinami hace un gesto, señala su chaleco de batalla colgado al lado de su cama. 
Dudo. Ella insiste. 
Encuentro en él un cierre oculto. Apenas lo abro, luz multicolor brillante encandila mis ojos. 
El Hada sonríe:

- Ahí está.