13 de enero de 2014

22º Aniversario

Hace 22 años la conocí.

Yo venía de un 1991 horrible.
Mi mundo, en ese entonces, era la Facultad de Ingeniería Aeronáutica, UTN Regional Haedo. A fines de 1990 ese mundo se había hecho pedazos, cuando tuve un sourmenage que me dejó estúpido (sí, estúpido, la cabeza lavada literalmente) y sin poder hablar. Antes de eso había otro Jorge, rápido, analítico, enfocado, preciso: toda una promesa brillante. Después, entre otras cosas, las Matemáticas y la Física nunca fueron lo mismo: era como si me hubiesen cambiado, dentro de mi cabeza, un edificio firme y prolijo por un flan.
Tener la cabeza así en Matemáticas y Física, cursando una ingeniería, ya era bastante mala cosa. Pero encima me había emperrado en que a pura perseverancia podría remontar todo eso. 1991 me dejó bien claro que no. Me había jugado todo mi Futuro allí, el pequeño futuro que podía imaginarme a los 22 años en mi pequeño mundo, luchando con los trabajos prácticos, jugándome en cada examen, y era fallar y caer y caer.
Si había alguna Magia antes, se había esfumado. Ese camino ya no era viable, no tenía idea de por dónde seguir.
Para los patrones del Jorge de entonces, era el Fin del Mundo.
Mas además, sobre toda esa batalla perdida de antemano que no podía o quería aceptar, había otra. Mi viejo agonizaba consumido por su cáncer de esófago, que lo había dejado hecho un esqueleto. Era verlo esperando la Parca en silencio cada noche al volver de la Facultad, cada mañana al salir a trabajar. Y era, también, el seguir adelante manteniendo la ilusión de que podría haber una mejora, cuando no era así. Cada día era ver a mi Viejo irse un poco más, y ver que sobre la vida adulta que se me venía encima había un poco más de incertidumbre, que tendría que afrontar sin él.
Es TAN raro escribir esto ahora en 2014, ahora que es todo tan diferente... 22 años atrás no había ni la libertad, ni la apertura, ni la actitud ni los recursos de hoy. Tu Viejo representaba el Mundo en ese entonces para tus ojos, no era solo tu viejo. Y verlo irse sin que pudieses hacer algo... era sentir que sobre tu realidad y porvenir avanzaba el vacío.
En octubre de 1991 mi Viejo falleció, y fue acompañarlo en sus últimos suspiros en la Clínica Militar de Campo de Mayo donde estaba internado, ayudar a los enfermeros a sacarle las sábanas y  las sondas cuando su cuerpo aún estaba tibio, ir a reconocerlo a la Morgue para verlo tirado sobre una plancha como un muñeco roto. Supongo hoy el trato a un hombrecito de 22 años será distinto, a mí no me preguntaron ni cómo me sentía ni si quería hacer todo eso: me dieron órdenes.
Ordenes que obedecí, pues me daba todo igual: para mi mente y mi corazón, ya no quedaba nada.

Hace 22 años estaba con amigos en el Sur de Chile, sin estar del todo, aún en shock. En un país diferente, paisajes diferentes, gente, sonidos, cultura y actitudes diferentes. Ser un alien en un mundo alien, sin terminar de entender.
Nuestro bus había salido de Puerto Montt, y buscábamos ir más al Sur. Estábamos boludeando en los asientos traseros, riendo iluminados por el Sol de la mañana. Yo tenía puesto un sombrero de paja de un tío abuelo, también recientemente fallecido; me lo había llevado porque se estaba desarmando y me había quedado la idea romántica de que terminara su ciclo por allí. Junto a nosotros había un montón de chicos que se divertían con el sombrero, a saber por qué, y lo revoleaba para ellos haciéndome el payaso.
En ese momento el bus paró, en medio de la ruta, y subió ella con su grupo de viaje.
Ni me dí cuenta de eso; ni siquiera la vi. Ella a mí, si: notó algo que iba y venía por el aire al fondo del bus, y pensó quién será el idiota que boludea con un sombrero de paja.
Lo que ninguno de los dos sabía era que debajo, en las bodegas del bus, los maleteros habían puesto nuestras mochilas juntas.
Ninguno de los dos imaginaba, tampoco, que nuestros respectivos grupos habían decidido por su lado bajarse del bus en el mismo destino.
Y fue dejar el bus cerca de los Saltos de Petrohué en la Patagonia Chilena, yo en automático ayudando a sacar mochilas y cajas y bolsos, para luego darme vuelta y preguntarme dónde estaban mis cosas. Y que mis compañeros me señalaran una pared diciéndome "¡apurate!". Y ver si por ahí estaba mi mochila, en medio de un montón de paquetes.
Allí estaba ella, mirando enfurruñada al piso, apoyada en su mochila... que estaba, a su vez, apoyada en la mía: así como los maleteros las habían puesto juntas, también las habían sacado y acomodado juntas.
Apurado para no perder mi grupo, sin animarme a decir palabra a una dama que no conocía, lo único que se me ocurrió hacer fue saludarla con el sombrero y ofrecerle la mano.
Y ella levantó la mirada, puso cara mitad de desconcierto y mitad de risa... y la tomó para que la ayudara a levantarse.
Así empezamos.
Y así generamos luego un Universo nuevo, donde muchas veces sentí que no importaba todo lo perdido y dejado atrás, pues había pasado a un estadio más amplio.

Mas pasaron veinte años...
Veinte años y dos hijas y dos profesiones desarrolladas cada uno la suya desde cero, con nada mas que nuestras manos y cabezas, prácticamente sin ayuda...
Veinte años de mucha lucha y poco disfrute, dándole siempre para adelante...
Veinte años donde la ilusión disminuía cada día, para ser reemplazada por la rutina...
Veinte años que ahora miro, donde noto la parte que me toca hacerme cargo:
el convertirme en un buey seteado para llevar a casa un poco de dinero cada día,
el suponer que por tener el anillo de casado puesto, el Statu Quo quedaba establecido y ya no había que ocuparse en renovarlo,
el cuadricularme pensando que nada cambiaría,
el sentirme vacío sin animarme a compartirlo,
el acumular bronca sin asumir tenerla.
¡Oh sí, en una pareja lo mío era el cincuenta por ciento, ella también tenía lo suyo!
Mas a la hora de echarnos todo en cara, el 50 por ciento de cada cual era mucho más que cien.
Y habiendo construído solos con nada todo desde cero, apoyándonos tanto uno en el otro, nos terminamos volviendo uno espejo del otro... con eso todo fue para peor.
Porque a la hora de la queja, de la bronca, todo se multiplicaba, juego de espejos en reacción en cadena que solo se cortaba hasta una nueva detonación.
No fuimos ciegos, nos dimos cuenta, quisimos cambiarlo.
El tema fue que no mirábamos lo mismo: ella notó todo eso de forma consciente, yo de forma inconsciente. Ella trataba de ver qué hacer, y yo veía todo cada vez más negro y me hacía problema.
Luego de las distintas miradas, fueron las distintas actitudes: ella buscó hacer cursos y generar trabajos y proyectos, salir para afuera, mientras yo solo atinaba a empantanarme saliendo para adentro.
¿Una salida mejor que otra? Tal vez ¿y qué más da, si en cualquier sentido cada uno fue para su lado?
Por envidia, por competencia, quizá por sentirnos solos en lo nuestro, tal vez creyendo que así nos haríamos reaccionar para bien, nos comunicábamos con quejas.
Y así nos volvimos como es@s herman@s que comparten siempre el mismo cuarto chico y terminan con las pelotas llenas o los ovarios llenos y ya no se soportan más.
Al final, los pequeños o grandes avances y triunfos de cada uno eran indiferentes para el otro. Ya era bastante mala cosa. Pero encima me había emperrado en que a pura perseverancia podría remontar todo eso, una batalla perdida de antemano que no podía o quería aceptar.
2012 me dejó bien claro que no.
La muerte de mi Vieja fue la cereza del postre. 
Si había alguna Magia antes, se había esfumado. Ese camino ya no era viable, no tenía idea de por dónde seguir. Y yo insistía y lo único que conseguía era fallar y caer y caer, mientras quería seguir adelante manteniendo la ilusión de que podría haber una mejora, cuando no era así.

Y nos terminamos separando, de común acuerdo.
Yéndome de la casa, ella, mis hijas y yo hechos un mar de lágrimas.
Para los patrones del Jorge de entonces, fue otro Fin del Mundo: salir a la incertidumbre como un muñeco roto.

Por si no lo notaste, se repiten oraciones del comienzo. Las puse adrede así, porque realmente se repitieron y no por casualidad.
Si esto muestra un ciclo que se cierra o tengo que cerrar, no lo sé. Solo sé que es un tema mío. Ella me pidió no compartirlo, que la liberara de ello, nada que decirle: siento que está en su derecho.
Por mi parte espero resolverlo, aunque todavía no sepa cómo.
Este post, doloroso para mí, intuyo es un comienzo...

El 13 de enero de 2013 ni se me pasó por la cabeza escribirlo,
estaba demasiado hundido llorando lo que perdí.

Hoy, para poder crear una nueva Vida,
elijo agradecer lo que viví. 

2 comentarios:

  1. Muy emotivo, Jorge. Creo que fue muy buena decisión que lo escribieras. Yo creo lo mismo: este es el principio de una nueva vida, la otra mitad de tu vida. Bienvenido.

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  2. Jorge querido:

    Después de algunos meses de ausencia (problemas con la pc e internet) vuelvo a leerte. Me emociona y me duele el corazón. Pero también celebro la vida por la que siempre seguís luchando y peleando. Las palabras son cortas cuando se las compara con los sentimientos por eso, quizá, los "mimitos" de los que hablás en otro lado. Sean estas líneas como esos mimos que trasmiten vida. Cuando quieras, el mimo podrá ser también un abrazo, una charla, un café, lo que sea. Con el afecto de siempre:

    Horacio

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